El articulado
leído no hace sino ratificar mi forma de pensar y actuar en relación a la
educación de mi alumnado: el objetivo último es formar personas, que
manifiesten sus gustos e intereses propios, con habilidades sociales y
comunicativas suficientes para participar en su contexto familiar y social, con
recursos para tomar iniciativas dentro de un orden, con capacidad para
planificar sus actuaciones y asumir consecuentemente el resultado de las
mismas.
Quizás el
hecho de situarme en un periodo de transición a la vida adulta me ha ayudado a
centrarme más en estas consideraciones, dando un carácter más funcional y
significativo a los objetivos y contenidos más académicos que pudieran tener
mayor relevancia en etapas anteriores. Luis Simarro en su libro “Calidad de
vida y educación en personas con autismo” establece precisamente una
diferenciación entre alumno y persona como necesaria para orientar la educación
de las personas con TEA.
Ofrecerles la
oportunidad de opinar, por ejemplo, la receta que le gustaría realizar en el
taller, elegir el color a utilizar a la hora de marcar o de la cartulina a
utilizar conforme a su gusto, decidir sobre qué ingrediente echarse sobre el
creppe, etc. es ofrecerles oportunidades de decisión y elección, es
considerarles como personas con las que comparto un contexto de aprendizaje
(taller de hogar, de cocina, entorno, huerto, etc.). Es más, es en la
realización de esas tareas cotidianas donde se deben desarrollar sus
habilidades más deficitarias, sin necesidad de programas específicos: creo que
habilidades como la atención, memoria, habilidades sociales, de razonamiento,
etc. no precisan de actividades concretas y específicas, sino que hay que saber
aprovechar las actividades habituales para ponerlas en evidencia y trabajarlas
en el devenir de la propia actividad, porque es cuando cobran sentido. Por
ejemplo, no necesito actividades específicas de atención y memoria cuando
podemos realizar una actividad de recortar (observación, atención y coordinación) y ordenar
los pasos seguidos en la elaboración previa de una receta (memoria)
Son aspectos
que, efectivamente, redundan en una calidad de vida de mi alumnado. Pero, qué
duda cabe, el contexto familiar y social más cercano al alumnado ha de ser
también conocedor y cómplice en el desarrollo de dichas capacidades y
habilidades de forma generalizada, ofreciéndole oportunidades de expresar
necesidades e intereses, de elegir y decidir conforme a ellos.
Sin embargo, la
forma de proceder de algunas familias es, quizás, la mayor dificultad con la
que me encuentro en mi trabajo. Entre mi alumnado se encuentra quien, cuando se
pide opinión respecto a algo, siempre espera la respuesta de algún compañero/a
porque se siente inseguro. No tiene criterio propio debido, seguramente, a que
se han atendido a sus necesidades antes de que las manifieste, no se le pide
opinión, todos sus actos están muy dirigidos… por lo que no siente ni la
libertad ni la necesidad de manifestarse, con la pérdida de oportunidades para
su desarrollo personal que, a mi juicio, ello conlleva.
Son muchas las
veces que les insto a que les digan a sus padres que ellos se preparan el
desayuno porque saben, que ellos se atan los cordones porque saben, que pidan
lo que quieren o necesitan y que digan lo que no les apetece, que lo que puedan
hacer por sí solos lo hagan al igual que lo hacen en los talleres… Pero, otras
tantas son las veces que se les sigue considerando niños pequeños, sin
capacidad para opinar, con opiniones sin valor, o simplemente, se les atribuye
un concepto erróneo de felicidad en el que se piensa que la responsabilidad les
conlleva molestia.